Hoy he cruzado ríos que normalmente llevan asfalto y aparatos con ruedas, dos o cuatro, propulsados por derivados de reservas fósiles (Me pregunto cómo se sentirá mamá con todos esos agujeros cada vez más hondos, cada vez más vacíos). Me alegró ver mis zapatillas urbanitas lamidas por el júbilo celestial. Siguen andando, con las cúpulas de telas de colores, mayormente negro y sin rumbo.
Me pregunto si después de la muerte tendré que seguir lidiando con la patética imagen de humanoides con cúpulas portátiles.
La sociedad impermanece bajo sus cúpulas. Santa Maria dei Fiori ya ha dejado de ser cúpula para ser una de las principales páginas de la Lonely Planet de Florencia y ahora nos llevamos las cúpulas de aquí para allá para no verles el rostro a papá y a mamá. Creemos habernos independizado, pero seguimos escondiéndonos de la mirada franca y escrutante de nuestros padres.
Quiero que siga lloviendo amor, dos o tres o veintitrés días más para que la semilla de mi riñón seca pueda germinar. Siento su genética latente resonando en el pladur del cobertizo de la plaza. Los surcos hechos en el suelo por los chorros coyunturales me recuerdan que perseverancia es ventura y que en la vida, como en la geología, todo es cuestión de presión y tiempo.
Cúpulas de la lluvia de Isaac Forns Gabandé està subjecta a una llicència de Reconeixement-NoComercial-SenseObraDerivada 3.0 Espanya de Creative Commons
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